Hay poderes muy grandes hoy, mucho más grandes que nuestros problemas domésticos, cambiando el mundo y encaminándolo hacia lugares que no necesariamente queremos. Lo último que necesitamos es una gran masa de gente sentimental, fácil de dominar.
La cada vez menos
sutil dictadura de las redes sociales, los productos streaming, la farándula
global y el consumismo, alimentado todo por una ideología postmoderna basada en
la agonía de la razón, han fortalecido la intensidad y relevancia de NUESTRAS
EMOCIONES antes que el uso adecuado de NUESTRA RAZÓN para comprender hechos y
decidir sobre ellos.
Hoy pesa más el
sentimiento que el pensamiento. Y así, todo lo que rodea al pensamiento: la
lógica, la memoria, la claridad en un debate ordenado, la profundización en un
tema, etc. se van dejando a un lado, se pierden, se tornan habilidades
inexistentes o que dan pereza en las nuevas generaciones. Les pongo un ejemplo
cercano.
Sabemos (nuestra
razón lo acepta naturalmente) que un manifestante que destruye una propiedad
privada o pública o causa la muerte de alguien DEBE pagar por hacer eso, debe
ser sentenciado, debe recibir una condena, debe compensar el daño realizado de
una forma proporcional, pero muy concreta de modo que no lo vuelva hacer.
Sin embargo,
cuando observamos que esto ocurre, por ejemplo, en las protestas ocurridas en
los últimos meses en Perú (que, gracias a Dios, se diluyen y debilitan), entra
en el escenario nuestra aproximación sentimental, y nos “exige” que prioricemos
otros factores también importantes, pero que no tienen por qué anular el hecho
de que esa persona reciba una condena.
Vamos al caso:
hoy, muchos jóvenes, académicos o incluso influenciadores en redes, antes de
juzgar a los vándalos que quemaron a un policía en Puno, se preguntan “por qué
lo hicieron, quién fue el verdadero ‘culpable’ de que mataran a este policía,
qué injusticia sufrieron para hacer eso, fue acaso la desigualdad, el maltrato
de los ricos, la historia, el capitalismo, las estructuras de dominación”.
Y preguntarse
todo esto ES VÁLIDO. Recuérdenlo bien, ES VÁLIDO, pero no anula el hecho de que
una persona que asesina a alguien o destruye una propiedad DEBE PAGAR POR ESO,
debe recibir una condena y tener una sentencia.
Las preguntas que
rodean al hecho y al vándalo son importantes si queremos generar un cambio
social de fondo, y está muy bien, corren en paralelo, pero ese personaje debe
pagar por sus actos bajo el peso inevitable de la ley.
¿Dónde se está
generando un problema muy grave en torno a lo que ocurre hoy en Perú, generado
en parte por esta cultura sentimental que nos envuelve?
Se pierde de
vista, sobre todo en redes sociales y ambientes urbanos progresistas, que un
problema estructural no justifica ni perdona una acción destructiva individual,
y esta no tiene por qué ser permitida o avalada. Así de sencillo. Ver al
asesino como una víctima desde un balcón en Miraflores o un aula en el límite
de San Isidro con Jesús María no es muy legítimo.
Por mi parte, me
muero de pena de que haya gente en Perú pobre, sin servicios y oportunidades.
Trabajo años poniendo mi granito de arena para que eso cambie. Me muero de pena
de que haya tantos niños con anemia y madres que son golpeadas por salvajes
machistas. Y podremos discutir sobre las causas y responsables de estas
realidades, pero eso no le da derecho a nadie a matar o destruir nada, bloquear
pistas, ni a poner en riesgo mi vida, mi trabajo, la de mis hijos o familiares.
Pero, como podrán
ver, el objetivo de esta entrega no es hablar de la condena hacia los vándalos.
Quiero echar luz
sobre algo más profundo: cuando sepamos analizar los hechos entendiendo: por un
lado, los sentimientos que afectan el juicio de muchos jóvenes, líderes y
académicos, de modo que justifiquen actos vandálicos o destructivos, quizás con
una sensibilidad social honesta, y por otro, las exigencias de LA REALIDAD,
realidad que no se basa en sentimientos, emociones o pasiones momentáneas,
aprenderemos a dialogar, tomaremos mejores decisiones políticas y sabremos
compartir nuestras de ideas de forma más empática.
Solo cuando
sepamos encontrar para cada caso lo que le “dice” el sentimiento a algunos y lo
que dice la razón a otros, podremos dialogar de una manera más saludable entre
quienes pensamos diferente. Eso sí: la razón va primero, el sentimiento
después. Y si no piensan así, deberían leer TODA la literatura científica,
psicológica y de comportamiento social de las últimas décadas.
Finalmente,
quienes pensamos distinto, nos estamos posicionando claramente en dos bandos
con evidentes intersecciones: uno más “liberal / conservador” y otro más
“liberal / colectivista” (aunque suene contradictorio). Yo estoy en el primero.
Y aquí se juega el gran debate, en los matices, en los detalles, y tenemos que
ser autocríticos y aprender a entender cuánto está pesando el sentimiento o la
razón en nuestras convicciones, y dialogar. Nada más.
Hay poderes muy
grandes hoy, mucho más grandes que nuestros problemas domésticos, cambiando el
mundo y encaminándolo hacia lugares que no necesariamente queremos. Lo último
que necesitamos es una gran masa de gente sentimental, fácil de dominar. por vigilante.pe
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